domingo, 16 de septiembre de 2012

ONETA (ASTURIAS)

Para alcanzar uno de los espectáculos naturales más imponentes de Asturias sólo tendremos que caminar una hora, media hora para llegar y otra media para volver. Aunque quizás la excursión pueda durar bastante más tiempo, pues admirar las cascadas de Oneta en toda su dimensión paisajística nos llevará un poco más de tiempo.
Los ríos asturianos se han especializado en dejarnos imágenes inolvidables. Obligados a salvar enormes desniveles, ofrecen una gran capacidad erosiva, excavando a su paso multitud de hoces, cañones y desfiladeros.
Por su belleza y singularidad, la red de espacios protegidos de Asturias incluye estas cascadas del municipio de Villayón, un conjunto de tres saltos de agua que se escalonan en pocos metros, jalonando el curso del río Acebo que discurre entre rocas y numerosos pozos. Algunos, como el del Diablu, tienen gran profundidad y peligrosos remolinos en su interior. De pronto, la corriente se precipita verticalmente por una altura entorno a los quince metros, formando una cascada de espectacular belleza. Se trata de la cascada de la Firbia, la más accesible e impresionante de las tres. En torno a ella la continua precipitación de rocas ha formado un circo sobre el que rompen estruendosamente las aguas. El sonido constante, de gran potencia acústica, viene acompañado de un efecto eólico que impresiona, ráfagas continuadas de aire que son el resultado invisible de esta gran caída de agua barranco abajo.
Las paredes del roquedo se nos muestran densamente cubiertas de musgos y helechos. La cascada está rodeada de robles, abedules y castaños y en su margen derecho se encuentra un canal que en la antigüedad abastecía a varios molinos. Nos encontramos, pues, en una localización privilegiada para apreciar esa relación estrecha entre el paisaje asturiano y su etnografía relacionada con el agua.
El itinerario señalizado por el que hemos llegado finaliza aquí, en la cascada de la Firbia. Sin embargo, por debajo de ésta existen otras dos de menor altura aunque no menos bellas: la Ulloa y la Maseirua. En el entorno inmediato de éstas la vegetación sigue siendo exhuberante, con una frondosa cubierta de fresnos y alisos.
Muchos son los visitantes que llegan a la primera cascada y pocos los que dan con el camino para bajar andando hasta la segunda. Llegar a la tercera es más complicado, con una bajada muy peligrosa. Así que la admiramos en la distancia.
Para encontrar la segunda cascada hemos de acompañar al río en su agradable descenso entre pozas y pequeños saltos de agua. La pista acaba aquí, y a partir de ahora se convierte en un sendero fácil en sus primeros metros pero menos asequible una vez que asoma la cascada. La pista pasa junto a un molino de agua abandonado que podemos visitar.
Con suerte, en el trancurso del río podremos ver alguna nutria, la fauna más representativa de este ecosistema. No es por casualidad, la presencia de nutrias nos dice a las claras que la calidad ambiental de este entorno es muy alto, y que bien merece su protección y el título conseguido: Monumento Natural del Principado.


































































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